Al llegar allí, no teníamos mucha idea de cuándo íbamos a volver, ya que las fiestas acababan una semana pero nosotros no estábamos dispuestos a estar esos siete días, ya que no teníamos suficiente dinero para subsistir entre las cuatro paredes de la casa de mi pueblo. Por lo tanto, decidimos disfrutar al máximo cada día. Al llegar, lo primero que hicimos, aparte de dejar el equipaje en las habitaciones, nos subimos de nuevo a las bicicletas, recaudamos dinero entre los cuatro y entramos al supermercado.
Era la primera vez que estábamos solos, sin tener la mirada de nuestros padres sobre nosotros. Esa misma noche había fiesta taurina y compramos algo para llevarse al estómago después de la cena, ya que a esas altas horas de la noche el apetito vuelve de nuevo. Además, para celebrarlo, decidimos también comprar algo de vodka negro y alguna que otra bebida más. La noche acabó realmente bien, entre risas y alguna que otra copa de más que nos hizo soñar, incluso antes de dormir...
Los días siguientes fueron algo similares: la brisa del mar, el sol, el agua cristalina, paseos en bicicleta y visitar otros sitios como turistas. La única vía de contacto con los otros amigos de Barcelona y personas a las que echábamos de menos, como en mi caso, X, era únicamente la red WIFI del celular de uno de nosotros. Por lo demás, nos sentíamos como si hubiera retrocedido el tiempo más de una década. Es así cómo en muchos lugares y rincones del mundo viven su vida.
Finalmente, después de cinco intensos días, decidimos volvernos tal y como llegamos. Ninguna complicación de última hora y el viaje fue de lo más tranquilo. Al llegar a la estación, la lluvia fue lo primera que nos esperaba. Horas después, frente al ordenador, una persona conectada a Facebook me daba la bienvenida de nuevo.
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